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  • Sin embargo la mayor a de los

    2019-06-11

    Sin embargo, la mayoría de los aventureros se quedó en la ensoñación, pues no logró hacerse de caudales, ni alcanzó encomiendas; de hecho, hacia 1540 y aun años después, el número de encomenderos en el gran Perú (hoy Perú, Bolivia y Ecuador) jamás rebasó los 500, indudablemente una minoría de la población blanca. Sin embargo, puede haber exageración en ello. Es probable que un porcentaje considerable de población hispanoperuana se mantuviera de sus actividades productivas y que aumentara de forma constante, pero no puede descartarse la presencia de otro grupo de descontentos, viandantes sin ocupación definida, que por lo general eran soldados de fortuna y que constituían un serio problema para las autoridades del Perú. Ciertamente, la política fue exitosa al desarraigar y dispersar por un vasto territorio GSK-J1 sodium salt cost estos fermentos de sublevación, pero quienes acababan por pagar las facturas eran los comandantes de las nuevas entradas, pues al desengañarse sus hombres de que las tierras halladas pudieran brindarles abundancia de bienes o metales u otros recursos para labrar fortunas, se enfurecían y no era nada extraño que se alzasen contra quienes los capitaneaban. Éste fue el caso de la expedición de Ursúa, que culminó con la rebelión de Lope de Aguirre y si el episodio alcanzó tales extremos de violencia y trágico desenlace fue —como bien apunta Lockhart— en razón de que el Perú “hispánico” estaba muy distante y que su influjo era bastante restringido como para remediar los males. Los primeros representantes de la Corona en el Perú fueron empresarios-administradores que, descontentos con las escasas riquezas que ofrecía la América central, organizaron expediciones comerciales a la tierra del Inca, a fin de obtener ganancias con la venta de caballos, armas y esclavos a los soldados de fortuna. Aun cuando, en teoría, estos letrados-oficiales habían de representar al orden, sería más apegado a la realidad afirmar que eran oportunistas, que buscaban honores y preeminencias y que no vacilaron en liderar huestes cuando se desataron las guerras civiles. Y lo que apuntaba Aguirre respecto de la corrupción de los clérigos —sin creer que se tratase de un fenómeno general—, también apunta a la precariedad del marco institucional de la primera Iglesia peruana. Por alguna razón, acaso personal, Lope la emprendía en particular contra los religiosos, pero lo cierto es que también abundaban los clérigos, de quienes se decía que eran más codiciosos y enviciados que los primeros, con el agravante de que podían vagar libremente y sin control para “ganarse el sustento”. De tal suerte que en las décadas inmediatas a wood la Conquista se afincó en el Perú una banda de sacerdotes mercenarios que se enriqueció con gran celeridad y que pronto regresó a la Península. Empero, tampoco faltaron doctrineros que permanecieron en la tierra, aprovechando su posición para sacar ilícita tajada del trabajo y del tributo indígenas. Esta situación irregular de la Iglesia peruana dio lugar a que entre 1551 y 1552 el arzobispo de Cusco, fray Jerónimo de Loaisa, convocara la reunión de un sínodo, que con el tiempo se conocería como el I Concilio Limense. Se atendió en él prioritariamente a la disciplina eclesiástica, a la enseñanza de los indios y a la administración pastoral en general. Al menos nueve constituciones de este Concilio atañían a los deberes de los ministros: se les ordenaba residir en sus doctrinas y administrar gratuitamente los sacramentos, al tiempo que se les prohibía llevar salarios excesivos, enredarse en tratos y contratos con seglares, tener en casa mujeres y participar en descubrimientos, entradas y expediciones punitivas. Los clérigos que lograban hacerse de algunos medios movían su dinero continuamente a través de préstamos, inversiones en bienes raíces o en ganado, y también se convertían en socios de compañías mercantiles y de otras empresas. La situación se facilitaba por los vínculos y redes que forjaban en su actividad profesional, y que también resultaban de vital importancia en el momento de cobrar las deudas y empréstitos. Del lado de los frailes, el sustento provenía de la posesión corporativa de inmuebles urbanos o rurales, de tierras de labor (donadas o compradas), de la titularidad de algunas encomiendas y del hábil manejo de las rentas que éstas generaban. Los religiosos también aprovechaban la mano de obra de la gente de sus doctrinas para algunas granjerías.